No sé si acaso lo soñé

XXX

 

Hoy por la tarde, cuando me levanté de la siesta, hacía demasiado calor, cerca de veintiseis grados ahí afuera.

Está haciendo mucho calor por estos días y la temperatura promete seguir subiendo sin parar, igual que el coste de la vida, en la península.

Como suele ocurrir cada tanto, mejor dicho, como suele ocurrirme cada vez con más frecuencia a la hora de intentar ponerme a escribir, ya sea por placer (o por encargo), todo lo que pude hacer fue desechar inútiles idéas, una tras otra.

Idéas que dejaba escapar, casi más rápidamente de lo que me iban llegando y no precisamente por que no se me ocurriera hablar de ningún tema, sino todo lo contrario, las ideas llegaban sin parar, pero ninguna conseguía captar mi atención, por así decirlo.

Entonces, eché mano a uno de los recursos que suelo usar en casos como estos en que las "musas" olvidaron mi dirección,  o quizás deba decir mi e-mail address: encendí el viejo aparato estereo, le puse buen volumen, agarré una reposera y unos cuantos libros y salí al patio sombreado por los altos álamos, tan comunes aquí, como lo son las parras, allá en San Juan o en Mendoza.

Me alejé un poco de la casa, pero sólo hasta donde podía escuchar con claridad la música y la voz de Cohen que, con su proverbial "optimismo" me sigue siempre adonde quiera que voy. Bueno, a decir verdad, no es su culpa, pues soy yo quién lo lleva a todas partes, nunca supe por qué.

Estaba escuchándo como él anticipaba the future, mientras yo iba hojeando con cierta depresiva indiferencia mis viejos libros, algunos de autores que amo, pero que no voy a nombrar ahora y hasta abrí uno de poemas del mismísimo Leonardo.  

Aquí entre nosotros, debo decir que, a pesar de haberme visto obligado, por muchos años, a tener que hablar únicamente en inglés, pues en aquellos parajes en que me tocó estar anclado más de la cuenta, nadie hablaba, ni habla, el español o el castellano como se decía antes, cuando yo iba a la escuela.

A pesar de la larga práctica, decía, nunca llegué a hablarlo demasiado bien, aunque me defiendo cuando lo leo y lo escribo, ni mejor, ni peor que la mayoría.

Sin embargo esta vez, cuando quise  ponerme de nuevo a leer este libro, mientras seguía escuchando en el estéreo la voz de su autor y, a medida que avanzaba en sus páginas, algo raro, verdaderamente raro, comenzó a sucederme.

De pronto, me dí cuenta que tenía muy serias dificultades para entender las palabras, o más bien las letras, los caractéres impresos en el papel.

Comprendía su significado desde luego, pues lo conozco bien, hasta podría decir que me lo sé de memoria, pero ahora, hasta me parecía no reconocer ese lenguaje, a tal punto, que ahora se me antojaba escrito en otro idioma.

Primero pensé que podía ser francés, ya saben ustedes cómo son estos canadienses. Más, al dar vuelta la página, pude comprobar que no era francés y no sólo eso, hasta el papel parecía o era distinto, así como también la encuadernación o la ilustración de la cubierta.

La cabeza me pesaba, más que de costumbre y sentía como si mis fuerzas me abandonaran de golpe. Hice un esfuerzo para mantener la concentración y continué leyendo aquel libro, como acunado por la música  y oyendo, como telón de fondo aquella voz inconfundible, mientras la guitarra surera y aquel poema hecho canción, iban diciendo... 

Será la vida,

o serán los arroyos de las penas

donde se juntan, serenas

las cosas que uno ha vivido,

o, serán los comedidos

adioses que nos condenan... 

El golpe de la puerta  al cerrarse, me trajo de nuevo a la realidad o, mejor dicho a mi insípida realidad cotidiana.

Se había levantado un poco de viento, aunque no lo suficiente para hacer menguar el calor de este atardecer en Aranjuez.

Amparo, la mujer que cuida de esta casa solariega y también, por qué no decirlo, cuida de este hombre mayor en el que me he convertido, se iba yendo calle abajo, luego de haber puesto en el estéreo (como suele hacer cuando sabe que no estoy atento), un poco de música de mis pagos, siempre con la excusa de que le recuerda a su hijo el mayor, que hace tanto partiera hacia América.

 

Aranjuez, Junio del '86